Me sentía solo en aquella pequeña habitación. Enfoqué mi mirada en la silueta que se reflejaba en el espejo. Nunca me había planteado el tener que llevar un traje de chaqueta por un motivo parecido. Pero ella fue la que me enseñó a enfrentarme a cada situación. Observé mi pelo repeinado, y dí un fuerte resoplido. No, a ella le gusta despeinado. Me pasé la mano con rapidez por la cabeza, obligando a quedar algo más desaliñado. Otro mirada al espejo. Ni siquiera parecía el mismo. Me pasé ambos manos por la cara y me la froté intentando despejarme. Noté mi barba de tres días bajo mis manos y no me importaba que pinchara, porque ella tampoco lo hacía. Aún no me lo creía..no. Estaba a un paso de todo aquello.
Golpearon suavemente la puerta con los nudillas, y mi padre asomó la cabeza por detrás de esta. Estaba tan desaliñado como yo.
- Hijo, tienes que bajar. - dijo mirándome pero sin llegar a verme del todo. Se podía decir que estaba tan nervioso como yo. Su amor hacía ella es inexplicable.
Miré al suelo antes de volver la mirada al espejo. Me alisé el traje, porque eso sería lo último que ella hubiera hecho antes de salir por aquella puerta. No sin antes plantarme un beso en la mejilla. Cerré los ojos para recordar con más ahínco aquel recuerdo. Aparté la mirada del espejo y, sin mirar atrás, crucé el umbral de la puerta para pasar uno aún mayor. La iglesia. Todo el mundo estaba de pie, y todas sus miradas se centraban en mí. Aquella situación me hubiera gustado algo más si fuera por otro motivo. Miré hacía el altar, y andé lentamente, porque no quería que llegara aquel momento. Subí las escaleras, y allí estaba ella. Tan quieta, tan pálida, que ni siquiera parecía que realmente estuviera allí.
- Se suponía que debías llevar un traje blanco. - le dije, pasando mi mano por aquel vestido negro ajustado que le habían hecho llevar y ella ni siquiera estaba aquí para contradecirlo, o para dar su opinión sobre aquel vestido. Noté como una lágrima resbelaba por mi mejilla, y me la sequé rapidamente. Estas lágrimas deberían ser de alegria y sin embargo estoy llorando sobre mi novia muerta, aquella a la que había soñado poder llamar mujer. Sentí un pequeño nudo en el estómago, sabiendo que ella ya no estaría a mi lado físicamente, y que no podría llegar a amar a una mujer tanto como la amé a ella.
Esto era lo que había estado temiendo desde el día que me enteré de su muerte. Ni siquiera me había podido despedir de ella como realmente me hubiera gustado. Sentí una enorme rabia en mi interior, golpeándome. Miré hacía el techo, hacía el cielo, culpando a quien fuera culpable de mi desgracia. Solté su mano suavemente, sabiendo que esa misma mano siempre estaría cogiendo y acunando mi corazón. El silencio caracterizaba la sala. Escuché algún que otro sollozo, pero no le dí importancia tanto como se lo dí a mi corazón, ahora hecho pedazos. Bajé las escaleras paso a paso, como si algo aún me retuviera allí. Miré de nuevo hacía aquel ataud que mantenía tumbado el cuerpo de mi novia. Y entonces recordé lo que ella me dijo una vez.
- Si hay algo que admiro de tí, es que siempre logras seguir adelante. No importa la situación. Y eso es lo que quiero que sigas haciendo toda tu vida. Llévame contigo si hace falta, no pienso impedírtelo. - seguidamente, unió sus labios a los mios acompañados de una leve sonrisa, y los volví a sentir tan cálidos y tan complacientes como aquella vez. Pasé mis dedos por mis labios, como si hubiera sentido su tacto, como si siempre fuera a estar allí. Volví a sentir todas aquellas miradas atravesándome. Cerré los ojos y pensé en su inexplicable mirada, en sus grandes ojos miel.. No estaba triste. Simplemente quería que siguiera viviendo. No estaba seguro de cómo lo haría sin ella a mi lado, pero aquello fue lo que me impulsó a descubrirlo.
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